Reflexiones de invierno

Un domingo de invierno y lluvia al ocaso, me siento en mi sillón a tomar mate amargo en silencio y soledad y escucho las campanadas lejanas de la iglesia que llaman a sus fieles a misa. Una profunda tristeza me causa satisfacción. No hay nada más triste que las campanadas de la iglesia pero también se que las extrañaría si no estuvieran.
Es en ese momento que reflexiono sobre nuestro lenguaje y pienso que no existen palabras para definir algunos sentimientos. Este que yo experimento, por ejemplo, no tiene definición: “tristeza que da satisfacción”. “Nostalgia”, tal vez “melancolía” son las palabras más cercanas, pero igual le pasan a años luz de distancia.
Esa tristeza satisfactoria es la que experimento siempre que mateo en soledad. Siempre tomo mate amargo con mi viejo. Cuando tomo vino tinto con Arturo, no lo hago en silencio. Siempre escuchamos juntos el payador perseguido. Creo que están presentes. Creo que la muerte es irrelevante.
Es que en última instancia la muerte no existe. Todos mis muertos me habitan. Habitan en mi casa. Viven en mi guitarra, en mis recuerdos. En mi mate y en mi vino.
Alguien dirá, es cierto, que no todos los muertos viven en memorias y emociones. Es relativamente cierto. Para encontrar la verdad de esto hay que definir correctamente las palabras vida y muerte. ¿Quién recordará a aquel que no vivió nunca? Mucha gente transitó como turista por la vida…. Poca gente vivió. ¿Me explico?: no es lo mismo caminar por colonia que ser uruguayo.

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