entre risas y llantos
El presidente Bush pone el cuerpo. No a las balas que él mismo manda disparar, pero sí a los debates, a las charlas, a su público. Cuando llega la hora de decir barbaridades, no se esconde atrás de sus voceros, habla en cada ocasión, aunque sepa que se va a tropezar con la primera palabra difícil que aparezca y con su propia lengua pastosa. No le importa; el presidente enseguida se levanta y sale del aprieto con algún eslógan, como “Si no están con nosotros, están contra nosotros”, “Ellos luchan por la paz, nosotros también. Ellos no detienen su exterminio y nosotros tampoco”. Luego, se olvida de lo que estaba diciendo, llama grecios a los griegos, eslovenios a los eslovacos y en cuanto se lo advierten se le cuelga en la cara la risa boba de los malos estudiantes. Pero eso no lo amedrenta y vuelve a comenzar: “La gente espera que fracasemos. Nuestra misión es ir más allá de su expectativa”, y si entonces llegan a recordarle que se equivocó de nuevo, enseguida responde que “no me dedico