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Mostrando las entradas de julio 23, 2006
Te nombro, luego existo En el idioma de la cultura Wichí (una de las etnias que habitan el Gran Chaco argentino, existe una hermosa particularidad: la primera persona del singular tiene incluida la segunda y la tercera. Si alguien quiere decir Yo (NLHAM) se ve obligado a decir Tú (AM ) y El (LHAM).En otras palabras, si para hablar de mí tengo que mencionarte a vos y a él, sólo me nombro cuando te menciono. O dicho en buen romance: para existir yo, te necesito a vos, los necesito a ustedes.Sin duda que la sabiduría Wichí, es una cultura superadora de estos torpes individualismos que venera nuestra cultura. Esta cultura que los ignorantes se han atrevido a llamar peyorativamente pagana, a la que le enviamos misioneros, maestros y médicos, para redimirlos de su ignorancia salvaje, tiene mucho que enseñarle a la grotesca civilización occidental y cristiana que supone que cada sujeto nace, vive y muere en sí mismo sin necesitar del prójimo. Una cultura que para “ser santos” hay que alejars
Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres El apóstol Pablo, en su carta a los romanos toca el tema de la verdad diciendo que: “la ira de Dios se revela contra los hombres que detienen con injusticia la verdad”. Es una definición interesante porque Pablo no dice que lo que no deja avanzar a la verdad es la mentira. La mentira no “detiene a la verdad”, podrá demorarla, tal vez, pero no la detiene. Si lo opuesto de la verdad, si lo que atrapa y encarcela a la verdad, fuera la mentira, sin duda que la verdad estaría limitada a un debate ideológico, sería una teoría, algo para conversación de café. Pero Pablo opone a la verdad, no a la mentira sino a la práctica de la injusticia. Por lo tanto, la Biblia define a la verdad no como algo teórico sino como una praxis, la práctica de la justicia. No sólo Pablo, toda la Biblia define a la verdad en vínculo directo con la práctica de la justicia. El escritor de Proverbios, por ejemplo, nos dice que “el que habla verdad declara justicia” (
El que no quiere trabajar, que tampoco coma O “que nadie coma el pan del otro” (2 tesalonisenses 3:10) El hombre vive cerca de la “Sociedad Rural Argentina”, durmió con el aire acondicionado porque fue una noche de mucho calor. Se levantó a las 6 de la mañana, porque es un hombre de campo aunque hace casi un año que no visita su estancia. Su sirvienta le sirvió un suculento desayuno que él ni agradeció. Luego, leyó La Nación, el Buenos Aires Herald, la revista El Federal y a todo esto se le hicieron las 11 de la mañana. Se sacó su bata, se puso el disfraz de gaucho (ese vago que sus antepasados persiguieron y él ahora reivindica porque hoy no es más que una metáfora de la antigüedad campera) y salió para el restaurante de la esquina. Allí, como buen hombre de campo, pidió una ginebra que pagó en dólares, habló con algún que otro colega campesino de su ganado, del precio de la soja, de los impuestos elevados y de la peonada que “hay que tener cortita y no pagarle