El sueño de un loco
Los psicólogos creían que estaba loco. Sus compañeros del bar decían que era un romántico. Los políticos apoyaban a los psicólogos.
La verdad es que él tenía una idea que se había convertido en obsesión: quería que el mundo se entere de su verdad y para ello todos los santos días a las seis de la tarde se paraba en la orilla del río de La Plata y le gritaba a los uruguayos: “¡Las fronteras no existen!” Tenía la convicción irreductible de que de alguna manera, algún día, los uruguayos escucharían su grito y comprenderían que las fronteras no existen.
Años y años mantuvo esta estéril costumbre. Cuando su hijo fue grande lo empezó a acompañar y el hombre dijo: si somos dos, habrá más fuerza y tal vez nos escuchen.
Un día un notero de la prensa amarillista que tal vez no tenía de qué hablar decidió hacerle una nota. No sabía el periodista la reacción en cadena que esto produciría. El periodista comentó:
- Los psicólogos dicen que usted está loco
- Locos están…
Los psicólogos creían que estaba loco. Sus compañeros del bar decían que era un romántico. Los políticos apoyaban a los psicólogos.
La verdad es que él tenía una idea que se había convertido en obsesión: quería que el mundo se entere de su verdad y para ello todos los santos días a las seis de la tarde se paraba en la orilla del río de La Plata y le gritaba a los uruguayos: “¡Las fronteras no existen!” Tenía la convicción irreductible de que de alguna manera, algún día, los uruguayos escucharían su grito y comprenderían que las fronteras no existen.
Años y años mantuvo esta estéril costumbre. Cuando su hijo fue grande lo empezó a acompañar y el hombre dijo: si somos dos, habrá más fuerza y tal vez nos escuchen.
Un día un notero de la prensa amarillista que tal vez no tenía de qué hablar decidió hacerle una nota. No sabía el periodista la reacción en cadena que esto produciría. El periodista comentó:
- Los psicólogos dicen que usted está loco
- Locos están…