El sueño de uno es parte de la memoria de todos
(Jorge Luís Borges)
Todo el día tuve una extraña sensación, un cosquilleo en el pecho, algo parecido a lo que sentí cuando falleció Arturo: “acidez en el corazón”. Me acosté a dormir temprano con esa angustia incomprensible e instantáneamente me quedé dormido.
Mil imágenes vinieron a visitarme en mis sueños: algunos retratos de mi infancia, miedos que no recordaba haber tenido alguna vez pero se hacían presentes con un vigor poco común en un sueño. Mi guitarra conversaba en voz baja con un vaso de vino como en una despedida triste vaya a saber de quién.
Esa madrugada mientras dormía sonó el teléfono. Una voz llorosa y lejana me daba la triste noticia de la muerte de un amigo: ¡murió el viejo!, lo apretó un toro bravo cuando estaba trabajando en la estancia... la angustia con que me acosté (pensé inmediatamente) estaba profetizando la muerte del Negro.
Inmediatamente salí para los pagos de Castilla, a unos 180 kilómetros de mi San Isidro natal. Una niebla espesa inundaba la ruta siete. Cuando llegué me llamó la atención ver todo oscuro en la casa de los Alberti. Pensé que tal vez el cansancio los había obligado a suspender el velorio para la mañana siguiente. Tal vez habían derivado el agónico cuerpo del Negro a Chacabuco y todavía no le habían entregado el cadáver.
Sea como sea no quise molestar y me senté en la puerta a esperar algún movimiento.
El alba me sorprendió dormido, la madrugada de julio había sido rigurosamente fría, una manta blanca cubría todo cuanto me rodeaba pero para mi admiración no sentía frío alguno. Mi sorpresa fue mayor cuando miré por el pasillo y la figura del negro venía avanzando desde el fondo. Me abrazó y me dijo: ¡qué sorpresa viejo, no te esperaba por estos pagos!
No le dije nada, no sabía como decirle. En silencio entré, calentamos el agua y mientras mateábamos junto a la salamandra quise explicarle que sin dudas había sido víctima de un chiste de mal gusto pero él me respondió: ¡no, es cierto lo que te dijo Sandra, estoy muerto!...
Luego de unos minutos de silencio que parecieron eternos me explicó: los muertos, seguimos de este lado con nuestra vida normal, como la de allá. Ahora me voy a ordeñar las vacas y a tomar unos mates con el finado Cabeza mientras espero a mi familia.
¿Cómo entonces estoy acá en lugar de estar en tu velorio?, pregunté intuyendo la trágica respuesta. Es que anoche cuando venías, la cerrazón no te dejó ver un camión que venía ligero y sin luces de contramano; te tiró a la vanquina y te mató... Pero no te entristezcas viejo, podría ser peor. Vení, vamos a tomar unos mates con el finado cabeza que no sabe que estás entre nosotros y se va a poner contento de verte de este lado de la vida.
Desperté sobresaltado, fui al baño, me lavé la cara con agua fría para despabilarme y mientras tomaba unos mates en la cocina me embargó la duda que cargaré sobre mis espaldas el resto de mi vida... o tal vez de mi muerte.
(Jorge Luís Borges)
Todo el día tuve una extraña sensación, un cosquilleo en el pecho, algo parecido a lo que sentí cuando falleció Arturo: “acidez en el corazón”. Me acosté a dormir temprano con esa angustia incomprensible e instantáneamente me quedé dormido.
Mil imágenes vinieron a visitarme en mis sueños: algunos retratos de mi infancia, miedos que no recordaba haber tenido alguna vez pero se hacían presentes con un vigor poco común en un sueño. Mi guitarra conversaba en voz baja con un vaso de vino como en una despedida triste vaya a saber de quién.
Esa madrugada mientras dormía sonó el teléfono. Una voz llorosa y lejana me daba la triste noticia de la muerte de un amigo: ¡murió el viejo!, lo apretó un toro bravo cuando estaba trabajando en la estancia... la angustia con que me acosté (pensé inmediatamente) estaba profetizando la muerte del Negro.
Inmediatamente salí para los pagos de Castilla, a unos 180 kilómetros de mi San Isidro natal. Una niebla espesa inundaba la ruta siete. Cuando llegué me llamó la atención ver todo oscuro en la casa de los Alberti. Pensé que tal vez el cansancio los había obligado a suspender el velorio para la mañana siguiente. Tal vez habían derivado el agónico cuerpo del Negro a Chacabuco y todavía no le habían entregado el cadáver.
Sea como sea no quise molestar y me senté en la puerta a esperar algún movimiento.
El alba me sorprendió dormido, la madrugada de julio había sido rigurosamente fría, una manta blanca cubría todo cuanto me rodeaba pero para mi admiración no sentía frío alguno. Mi sorpresa fue mayor cuando miré por el pasillo y la figura del negro venía avanzando desde el fondo. Me abrazó y me dijo: ¡qué sorpresa viejo, no te esperaba por estos pagos!
No le dije nada, no sabía como decirle. En silencio entré, calentamos el agua y mientras mateábamos junto a la salamandra quise explicarle que sin dudas había sido víctima de un chiste de mal gusto pero él me respondió: ¡no, es cierto lo que te dijo Sandra, estoy muerto!...
Luego de unos minutos de silencio que parecieron eternos me explicó: los muertos, seguimos de este lado con nuestra vida normal, como la de allá. Ahora me voy a ordeñar las vacas y a tomar unos mates con el finado Cabeza mientras espero a mi familia.
¿Cómo entonces estoy acá en lugar de estar en tu velorio?, pregunté intuyendo la trágica respuesta. Es que anoche cuando venías, la cerrazón no te dejó ver un camión que venía ligero y sin luces de contramano; te tiró a la vanquina y te mató... Pero no te entristezcas viejo, podría ser peor. Vení, vamos a tomar unos mates con el finado cabeza que no sabe que estás entre nosotros y se va a poner contento de verte de este lado de la vida.
Desperté sobresaltado, fui al baño, me lavé la cara con agua fría para despabilarme y mientras tomaba unos mates en la cocina me embargó la duda que cargaré sobre mis espaldas el resto de mi vida... o tal vez de mi muerte.
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