crítica a la educación teológica

Educación y praxis
Muchas veces me pregunté el porqué en los seminarios hay cada vez menos alumnos.La respuesta es sin duda compleja, pero quisiera detenerme unos instantes en un tema que debería preocuparnos como profesores: la forma de enseñar que hemos experimentado en nuestras instituciones fue generalmente una “transmisión de conocimientos” Esto nos llevó a vivir un desfasaje entre el saber aprendido y la praxis.En otras palabras: el enciclopedismo que caracterizó a nuestros seminarios neutralizó el saber empujándolo a una teorización exenta de contenido práctico. Tal vez sea por eso que se desacreditó el saber teológico contraponiéndolo con el “mover del Espíritu”, algo que no tiene que ver con lo teórico sino con lo práctico. El Espíritu Santo, según círculos cristianos, se maneja por fuera del saber, desde la improvisación; es práctico y no teórico.Pero Pichón Riviere define al aprendizaje como: apropiación instrumental de la realidad para transformarla. Esto da un sentido práctico al hecho de la enseñanza. Dicha posición está distante y en polémica con el constructivismo hoy hegemónico, particularmente en los ámbitos académicos y educativos, y mucho más aún del enciclopedismo que abundó en nuestros círculos teológicos. El sujeto desde la teoría pichoniana es actor protagonista de la historia, pero no la construye. Elabora, si, una visión de esa realidad par influenciarla, y esto es aprendizaje.El eje del proceso del conocimiento es pues, la praxis. No podemos enseñar desde otro lado que no sea la práctica; podemos leer mil teólogos, cientos de libros, lograr saber de memoria las obras completas de Barth, Tilich y otros grandes teólogos, pero si eso no tiene relación con el aquí y ahora, no sirve de nada. Cada vez que enseñamos deberíamos hacerlo pues desde nuestro entorno cultural, social y aún político para que lo que aprendemos tenga relación con lo cotidiano.Aprender como unidad de contrarios. Enseñar y aprender son aspectos de un movimiento que constituye una unidad. El rol de aprender y el de enseñar son alternantes. O sea que como profesores vamos a cumplir el rol de alumnos y viceversa. Esto nos lleva a una conclusión que ya tomo Freire: Enseñar no es sólo transmitir un saber.Enseñar es impulsar a la reflexión, promover el interrogante.Generar una conciencia crítica es el gran deber de cada profesor. Algo peligroso en el concepto autoritario de saber, plantear una lectura de la realidad con poder analítico quita poder a la figura del profesor quien ya no es más el depositario del saber sino alguien que junto al alumno, y en ese proceso alternante, busca la reflexión constante y la salida de todo prejuicio ignorante.De esta forma el docente: Piensa con y para el alumno y no por el alumno.Todo seminario denominacional, consiente o inconscientemente, promueve la hegemonía del pensamiento:La absolutización de la homogeneidad en el sistema educativo facilita ciertas formas de las relaciones de poder. Educa para la reproducción y la pasividad.Reproducción y pasividad no son precisamente palabras que le interesen a un teólogo. Pero en nuestros sistemas educativos, aprendiendo desde las lecturas, “bajadas de líneas” y la “autoridad del profesor”, Hemos “reproducido” pensamientos ajenos en nuestros alumnos, fuera de contexto, esto los hizo “teólogos pasivos” cayendo en el descrédito.Pedagogía del poderSabemos que ninguna respuesta es permanente. La respuesta que la educación religiosa daba a los estímulos sociales, era la de crear “buenos ciudadanos”; en otras palabras: “Ser un buen cristiano era reproducir el sistema”Hoy vivimos en una época donde las certezas del modernismo han sido derribadas y ya no estamos seguros de las confianzas del pasado.El mundo cambió; la pedagogía también debe cambiar: no sólo sus formas, sino también su contenido. Porque dijimos que “aprender es apropiarse de la realidad” y, estando en otra realidad, no podemos apropiarnos del pasado.Vivimos en un mundo altamente oprimido con brechas entre pobres y ricos cada vez más grande; con marginalidad, hambre y miseria, una sociedad donde las certezas de crecimiento que nos daba el racionalismo ya no son tales.En ese sistema de opresión, la pedagogía ocupa un papel importante: internalizar los modelos de opresión para que parezca normal al oprimido.Paulo Freire nos recuerda que el oprimido reproduce dentro de sí la imagen y los valores del opresor; alguien que sufre las consecuencias de la colonización de la mente.La iglesia, cuando habla de poder, ¿de qué está hablando? ¿De un poder que reproduce el verticalismo opresor del mundo o de un poder donde “el que quiera ser el primero debe ser el sirviente?”Se hace necesario plantearse estas preguntas para saber qué sistema queremos reproducir: el del reino de Dios o el que la Biblia llama “este mundo” es imperioso que nuestra pedagogía se replantee su teología del poder.Las iglesias, incluso las que históricamente se han enorgullecido de ser “congregacionales” hoy se ven envueltas en un sistema donde unos pocos deciden el destino del resto. Esto es peligroso y allí debe apuntar nuestra educación: a la construcción de una praxis popular y congregacional Aprender como “apropiación de la realidad para transformarla”Si es cierto que la tarea de enseñar tiene que ver con la apropiación de una realidad, como profesores tenemos que conocer no sólo nuestra materia, sino la materia en relación con la realidad. No podemos enseñar teorías ajenas al aquí y ahora. Nuestra materia debe ser una lectura de la realidad.¿Y cuál es la realidad? La realidad es compleja, pero podemos ver grandes rasgos de la realidad argentina y latinoamericana actual: 1. La cultura de la impunidad2. La alienación (social e individual)3. La desintegración de los valores tradicionales de la sociedad4. El consumismo como virtud5. La crisis de identidadSon puntos que por público conocimiento no hacen falta desarrollarlo. Ahora bien, si esta es la sociedad actual, no podemos educar para hacer “buenos ciudadanos”, sino todo lo contrario.¿Cuál es el desafío de la educación teológica frente a esta lógica de deshumanización?1. El primer desafío es generar una contracultura. Una cultura que se oponga a la hegemonía de la robotización del ser humano, que vea en el hombre la imagen y semejanza de Dios y no un simple Homo consumus2. El segundo desafío es una reformulación, una reconstrucción del poder. Empezar a ver el poder, no como un instrumento de doblegación al prójimo, sino una manifestación de Dios; manifestación que no se produce sobre un “iluminado” sino que por el contrario: poder es sinónimo de libertad. Construir una Fe liberadora, que se oponga a la alienación del ser humano es el mayor desafío del pueblo de Dios.3. Es necesario el diálogo entre la teología y las diversas ciencias sociales que aportan sus conocimientos en el camino de la creación de proyectos liberadores.Necesitamos que nuestra educación sea popular; esto es, sacar la enseñanza teológica de lo exclusivamente académico para hacer de ella una construcción con y desde el pueblo de Dios. En este contexto de educación totalmente diferente del que dio origen a los seminarios teológicos del siglo XIX, es lógico replantearse las estructuras burocráticas institucionales con el fin de darle más dinamismo, participación y fluidez al quehacer educativo.

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