tercer domingo de cuaresma
La historia
que voy a contarles tal vez todos la conozcan porque de tan antigua ya no
recordamos ni quién es su autor. Se trata de la historia de aquel hombre bueno
que donó sus tierras para que algunas familias sintierras pudieran levantar sus
casas allí.
Tan
agradecidas estaban estas familias que cada año, para el cumpleaños de este
buen hombre al que llamaremos Julián García, armaban una gran fiesta de
celebración.
Al principio
los pocos habitantes cocinaban una torta y se la llevaban a la casa. Pero el
pueblo empezó a crecer. Llegaron los desfiles, comilonas, fuegos artificiales
celebrando el cumpleaños de Julián García.
Fue un día
que antes de los fuegos, terminando el intendente su sórdido discurso, un niño
dijo: ¿Y por qué no viene Don Julián a soplar las velitas?
El hombre
que lo fue a buscar a la casa encontró su cadáver sobre la cama. Los forenses
dijeron que por el grado de descomposición hacía más de un quinquenio que Don
Julián había muerto. ¡Más de cinco años festejando el cumpleaños sin darse
cuenta que el agasajado ya no estaba entre ellos!
En unos días
nos juntaremos en familia, comeremos cordero, pollo, asado, lechón. Tomaremos
vino, celebraremos con sidra o Champagne mientras esperamos a un señor gordo
vestido de invierno trayendo regalos a los chicos que se portaron bien.
Después: Nueces, almendras, avellanas, pasas de uva, confites y un montón de
cosas más que rememoran las navidades de latitudes invernales bajo un
termómetro que se acerca a los 40º.
Sólo falta
el niño que pregunte: ¿Y el del cumpleaños va a venir a soplar las velitas?
Sin embargo
cuando hablamos de Jesús, no solamente debemos preguntarnos si él está
presente. Deberíamos preguntarnos también qué Jesús queremos que esté a nuestro
lado en Navidad. Porque ese Jesús que inventaron los religiosos moralistas no
es el que debe estar presente en nuestras fiestas ni en nuestras vidas. El
Jesús que separa “santos de pecadores”, el que nos pone “un peldaño más arriba
que los demás”. El Jesús moralista, excluyente, a ese Jesús no lo quiero en
esta navidad.
Ramón Cue,
un sacerdote mexicano que vivió en España nos relata otra historia también
conocida en su libro “Mi Cristo roto”.
Refiere Cue,
que él, siendo afecto a las obras de arte caminaba en Madrid por un mercado de
pulgas cuando, apilado entre un montón de baratijas, encontró una imagen de
madera de Cristo. Sin dudas era una gran obra de arte del siglo XIX. Aunque
lamentablemente había sido muy maltratada.
Durante la
guerra civil española, unos profanadores entraron a una iglesia y queriendo tal
vez robar la figura, la arrancaron de su cruz. Así que aquella obra de arte era
un Cristo sin cruz, sin brazo ni pierna derecha y aunque conservaba la cabeza
le faltaba el rostro.
Después de
sentirse Judas regateando el precio de Cristo, pudo comprarlo y orgulloso lo
llevó a su habitación, lo puso sobre la mesa, lo observó una vez más y se fue a
dormir con la idea de levantarse temprano para visitar un restaurador que
devuelva a aquella imagen su primera gloria.
Un sueño muy
vívido lo sorprendió esa noche. Soñaba que con lágrimas en los ojos miraba la
imagen y decía: ¡quien señor, quien pudo ser el pecador que así te mutiló!
Cuando una voz del cielo le respondió: ¡Hipócrita! ¿Por qué mi Señor me dices
hipócrita si yo estoy lamentando que hayan cometido el pecado de mutilarte así?
Eres
hipócrita por dos razones (contestó la misteriosa voz) Hipócrita porque miras
la paja en el ojo ajeno. ¿Qué te importa quién me mutiló? ¿Por qué no miras tus
pecados en lugar de mirar los de otros? Yo ya los perdoné y ni me acuerdo
quienes son.
Además eres
hipócrita porque estás preocupado por una imagen mía de madera y no te ocupas
de la miles y miles de imágenes mías de carne y hueso que caminan por las
calles de Madrid.
Tienes razón
Señor (contestó el cura) y te prometo como penitencia que mañana voy a buscar
el mejor restaurador para que quedes tan hermoso como el primer artista te
logró.
Te lo
prohíbo (contestó el Señor)
Pero Jesús,
no te entiendo, sólo quiero restaurarte, me duele verte tan roto.
Precisamente
por eso no quiero que me restaures. Quiero que me lleves a la iglesia y me
pongas en un lugar bien visible, para que todo el que me vea sienta el dolor de
verme roto. Porque yo vine a morir por todos los hombres que están rotos.
Y así es sin
dudas. Cristo es la cruz de cada crucificado de este mundo. El Jesús sin
piernas nos recuerda cada discapacitado que no puede entrar a alguna iglesia
porque no tiene rampa. El brazo que le falta a Jesús nos recuerda que él es la
mano de los que no tienen brazo. Cuánta gente sana y con sus dos brazos
desocupados sufren la pobreza, la discriminación y el oprobio de los que no
tienen trabajo.
Cuantos
anónimos sin rostro caminan por las calles del mundo. En cuantas personas no
vemos a Cristo, en cuantas personas Cristo está como anónimo. Porque Jesús no
es el Dios de los evangélicos buenos y santos. Tenemos que aprender a ver a
Jesús en cada ser humano.
En el
divorciado que no puede comulgar, en la prostituta, en el sidoso, en el ladrón,
en el borracho, el drogadicto, en el gay, el ateo, en el religioso, en el
santurrón está presente Jesús y nos dice: Ahora que festejes mi cumpleaños, ¿es
mucho pedir que yo esté presente para soplar las velitas?
Comentarios
festejemos la Navidad como si festejáramos el cumpleaños de alguien que no existe.
Y como siempre nos hizo ver el Lic. Claudio Cruces, Jesús está en los "extranjeros" que son discriminados por los xenofóbicos, en los homosexuales que son discriminados por los homofóbicos, en los discapacitados que este sistema capitalista considera inútiles para ser explotador por un patrón...
Jesús está en el prójimo.
Excelente!
FESTEJAMOS la Navidad como si festejáramos el cumpleaños de alguien que no existe.
Y como siempre nos hizo ver el Lic. Claudio Cruces, Jesús está en los "extranjeros" que son discriminados por los xenofóbicos, en los homosexuales que son discriminados por los homofóbicos, en los discapacitados que este sistema capitalista considera inútiles para ser explotados por un patrón...
Jesús está en el prójimo.