cuento desesperanzado
Hacía tanto tiempo que Andrés estaba en ese lugar que no
recordaba ni de donde había venido. A veces creía que había nacido allí.
El lugar era lúgubre, con paredes que otrora habían sido
blancas y un montón de sillas destrozadas donde todos estaban sentados quietos con
un número en la mano.
La cuestión era que todos los allí presentes esperaban ser
llamados por el número que poseían. Después de largas esperas que llevaban
años, décadas, tal vez toda una vida, las personas poseedoras del número
ingresaban tras una puerta y ya no volvían.
Nadie sabía con exactitud que había detrás de esa puerta. Algunos
suponían que los esperaba Dios en el paraíso. Otros decían que tras la
misteriosa puerta estaba el infierno de castigo eterno. A Andrés le daba lo
mismo. Ya sea que existiese el peor de los castigos, nada podía ser peor que el
tedio de esa habitación silenciosa, fría y oscura.
La puerta no llamaba por número correlativo sino por el
capricho vaya a saber de quién, así que nadie sabía cuando le iba a tocar su
turno. Esto hacía la espera mucho mas cruenta y desesperante.
Pero al fin el número llegó. Andrés se paró y caminó hacia
la puerta misteriosa. Al principio sintió curiosidad, después miedo pero cuando
tocó el picaporte sintió alivio. ¡Por fin!, se dijo, aunque haya un diablo
torturándome con un tridente es preferible a esta insoportable espera.
Dudó, transpiró, respiró hondo y manoteó el picaporte.
Entró.
Sus piernas se aflojaron, su respiración se cortó, un sudor
frío corrió por todo su cuerpo, la desesperación se apoderó de Andrés cuando se
descubrió en un cuarto lúgubre, con paredes que otrora habían sido blancas y aquella
persona se arrimó y le dijo: tome asiento, detrás de aquella puerta lo llaman
por número.
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